sábado, 7 de junio de 2008

LA CUMBRE DE LOS ALIMENTOS DE ROMA CIERRA CON UN FRACASO

Fracaso. Deberán esperar 854 millones de personas hambrientas y otros 100 millones más en riesgo de serlo. La comunidad internacional y los organismos multilaterales dejaron ayer Roma divididos, incapaces de afrontar el escándalo del hambre.
La cumbre convocada por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se cerró sin dar una solución estructural a un problema tan viejo como el hombre.
La FAO, que desde 1945 tiene el mandato de garantizar la seguridad alimentaria, gastó varios millones de euros en reunir a representantes de 183 países.
El resultado fue una raquítica declaración de intenciones que obvia los problemas de fondo. "Es un resultado decepcionante", admitió el ministro de Exteriores italiano, Franco Frattini.
Durante toda la noche y el día de ayer, las 183 delegaciones y las agencias de la ONU buscaron un acuerdo que resumiera 72 horas de discusiones y ofreciera una postura decidida. No fue posible.
Los intereses nacionales lo impidieron. La resistencia de los países ricos a condenar las barreras comerciales y los subsidios evitó dar pasos en esa dirección.
Mientras, Argentina y Rusia no quisieron oír hablar de liberalizar las exportaciones, y Buenos Aires insistió hasta el final en retirar la mención a las "medidas restrictivas que aumentan la volatilidad de los precios" si no se aludía a las políticas injustas de los países desarrollados.
Brasil y Estados Unidos ganaron la batalla de los biocombustibles y evitaron toda alusión negativa. Cuba intentó sin éxito que se incluyera una referencia al respeto del derecho internacional y acusó a Estados Unidos de ser el único país que niega el derecho a la alimentación.
Venezuela dijo que el documento final "carece del mínimo espíritu humanitario". La declaración final, consensuada por todos, se saldó con compromisos mínimos: "Luchar por todos los medios para erradicar el hambre", "buscar un comercio más justo". El objetivo: reducir a la mitad el número de hambrientos. "Esa declaración no llenará ningún plato", dijo la iraní Maryam Rahmanian, de la ONG Cenesta. "Es un paso atrás.
En 2004, todos los Estados miembros de la FAO habían adoptado líneas directrices para asegurar el derecho a la alimentación", resumió el brasileño Flavio Valente, miembro de Fian Internacional. Oxfam fue más irónica. Se congratuló de que la agricultura haya vuelto, 30 años después, al primer plano, y señaló que el punto positivo de la cumbre es "el reconocimiento de que es necesario invertir en el sector agrícola". Según el portavoz Alexander Woollcombe, "hacía falta un cambio radical.
Es decepcionante que no sepamos siquiera cómo se invertirá el dinero que los países han puesto sobre la mesa". La ONG puso como ejemplo a España, cuyo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, se comprometió a destinar 500 millones de euros en cuatro años para paliar la crisis, y convocó para noviembre una nueva reunión que dará seguimiento a la de Roma. "Es estupendo que Zapatero dé dinero, pero hace falta coherencia. ¿En qué países y de qué forma se invertirá?".
La especulación que azota el mercado de alimentos, los monopolios de la distribución, el cambio climático, el proteccionismo y las barreras al comercio, los efectos reales de los biocombustibles y la creación de un nuevo modelo de ayuda son algunas de las incógnitas que Roma deja sin resolver. Y ello, en un momento en que la agricultura es el último grito de los fondos de inversión.
En los últimos meses, se han invertido cientos de miles de millones en el boyante mercado de materias primas como trigo, maíz y soja. En cuatro meses, el precio de algunos de esos productos ha subido cerca del 50%. La urgente necesidad de alimentos ha empujado a otros fondos, sobre todo británicos y estadounidenses, a comprar tecnología agrícola, fertilizantes, plantas de etanol, flotas de barcos para transportar alimentos, según cuenta el “The New York Times”.
La conclusión es que una revolución agrícola está en marcha en el sector privado. Mientras, la FAO y la comunidad internacional han dado una señal evidente: no están preparadas para gobernar un negocio que mata de hambre a millones de personas y alimenta a empresas, especuladores y campesinos subvencionados.